El fenómeno de la brujería no es algo concreto o aislado de un determinado país o región, nos encontramos ante un fenómeno universal enlazado por un complejo entramado de tradiciones animistas que son comunes a diferentes espacios geográficos. La transformación en animales, la capacidad para volar o las reuniones o aquelarres nocturnos son comunes tanto en Europa como en África y Asia.
La creencia general es que la Iglesia siempre había perseguido con saña a las brujas, pero esto, aunque parezca sorprendente, no es cierto, en un principio la Iglesia consideraba que para el pensamiento teológico la brujería era algo inaceptable y desechó estas creencias calificándolas de supersticiones paganas, y de ello da prueba el escrito del papa Gregorio VII al rey Harald de Dinamarca en el año 1080 recriminándole el hacer responsable a algunas mujeres de las epidemias, malas cosechas y todos los males posibles asesinándolas por ello bárbaramente, conminando al rey a la penitencia y la oración para evitar aquellas desgracias que sólo eran por voluntad de Dios.
La sabiduría de esta postura se refleja también en una crónica eclesiástica, al referir el caso de tres mujeres quemadas por envenenadoras y perdedoras de personas y cosechas en 1090, cerca de Munich, diciendo de ellas, que murieron mártires.
Esta postura de la Iglesia hace que las brujas ocupen el último lugar en la jerarquía de las herejías. No se encuentra nada sobre las brujas en los más antiguos manuales del Santo Oficio, el más antiguo, escrito por el inquisidor Bemard Gui (1324), bajo el título "De sortilegis et divinis et invocatoribus demonorum" se citan diversas prácticas mágicas y de adivinación, junto con algunos conjuros al demonio
El manual de Eymeric (1376) tampoco entra en el terreno de las brujas, pero reproduce la condena que el Canon episcopi (1140) hace de las mujeres que se creen capaces de volar por las noches.
Por desgracia, la sabia postura de la Iglesia cambió alrededor de 1400, el concepto popular de la brujería como poder natural de la persona se rechazaba, pero por otro lado se admitía la existencia de brujas, con la diferencia de que para poder actuar tenían, necesariamente, que haber hecho un pacto con el diablo. Este nuevo enfoque reinterpreta la visión teológica de la brujería, sin embargo considerar la existencia de la brujería representa un problema para los teólogos, el supuesto vuelo de las brujas que según la creencia popular suponía un abandono del alma del cuerpo, dejando a éste como sin vida, explicación inaceptable para los teólogos, ya que si el demonio fuese capaz de sacar el alma del cuerpo de la bruja y devolverla esto sería comparable con el milagro de la resurrección.
La creencia de que las brujas se juntaban en asambleas nocturnas databa de muy antiguo. Pero la idea de que ocurriese bajo los auspicios del demonio, era una innovación, así como la idea de que las brujas formasen parte de una secta; estas cuestiones no tenía nada que ver con el concepto popular de la brujería, siendo más bien obra de la sutil creatividad de la inquisición que escribiría una de las páginas más sangrientas de la historia del conocimiento popular, llámesele magia o brujería.
La creencia general es que la Iglesia siempre había perseguido con saña a las brujas, pero esto, aunque parezca sorprendente, no es cierto, en un principio la Iglesia consideraba que para el pensamiento teológico la brujería era algo inaceptable y desechó estas creencias calificándolas de supersticiones paganas, y de ello da prueba el escrito del papa Gregorio VII al rey Harald de Dinamarca en el año 1080 recriminándole el hacer responsable a algunas mujeres de las epidemias, malas cosechas y todos los males posibles asesinándolas por ello bárbaramente, conminando al rey a la penitencia y la oración para evitar aquellas desgracias que sólo eran por voluntad de Dios.
La sabiduría de esta postura se refleja también en una crónica eclesiástica, al referir el caso de tres mujeres quemadas por envenenadoras y perdedoras de personas y cosechas en 1090, cerca de Munich, diciendo de ellas, que murieron mártires.
Esta postura de la Iglesia hace que las brujas ocupen el último lugar en la jerarquía de las herejías. No se encuentra nada sobre las brujas en los más antiguos manuales del Santo Oficio, el más antiguo, escrito por el inquisidor Bemard Gui (1324), bajo el título "De sortilegis et divinis et invocatoribus demonorum" se citan diversas prácticas mágicas y de adivinación, junto con algunos conjuros al demonio
El manual de Eymeric (1376) tampoco entra en el terreno de las brujas, pero reproduce la condena que el Canon episcopi (1140) hace de las mujeres que se creen capaces de volar por las noches.
Por desgracia, la sabia postura de la Iglesia cambió alrededor de 1400, el concepto popular de la brujería como poder natural de la persona se rechazaba, pero por otro lado se admitía la existencia de brujas, con la diferencia de que para poder actuar tenían, necesariamente, que haber hecho un pacto con el diablo. Este nuevo enfoque reinterpreta la visión teológica de la brujería, sin embargo considerar la existencia de la brujería representa un problema para los teólogos, el supuesto vuelo de las brujas que según la creencia popular suponía un abandono del alma del cuerpo, dejando a éste como sin vida, explicación inaceptable para los teólogos, ya que si el demonio fuese capaz de sacar el alma del cuerpo de la bruja y devolverla esto sería comparable con el milagro de la resurrección.
La creencia de que las brujas se juntaban en asambleas nocturnas databa de muy antiguo. Pero la idea de que ocurriese bajo los auspicios del demonio, era una innovación, así como la idea de que las brujas formasen parte de una secta; estas cuestiones no tenía nada que ver con el concepto popular de la brujería, siendo más bien obra de la sutil creatividad de la inquisición que escribiría una de las páginas más sangrientas de la historia del conocimiento popular, llámesele magia o brujería.
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