Luminescent (SC)

viernes, 5 de noviembre de 2010

EL LIBRO DE LA MUJER: Sobre el poder de lo femenino.- Osho (Cap.8 ) Maternidad

 

Maternidad







¿Podrías hablar sobre la responsabilidad, para una mujer, de ser madre?



Ser madre es una de las mayores responsabilidades que hay en el mundo. Hay tanta gente en los divanes de los psicoanalistas, y hay tanta
gente loca en los manicomios y fuera de los manico­mios. Si profundizas en la
neurosis de la humanidad, siempre en­
contrarás a la
madre, porque hay tantas mujeres que quieren ser
madres pero no saben cómo serlo. En
cuanto la relación entre la madre y el niño
va mal, la vida entera del niño va mal, porque ese es su primer contacto con el
mundo, su primera relación. Todo lo
demás
estará en continuidad con ello. Y si el primer paso va mal,
la vida entera va mal...

Una mujer debería hacerse madre sabiendo lo que hace. Estás tomando una de las mayores responsabilidades que puede tomar un ser humano.

Los hombres son un poco más libres en ese sentido porque no pueden tomar la responsabilidad de ser madre. Las mujeres tienen más responsabilidad. Así que sé madre, pero no des por sentado que por el mero hecho de ser una mujer eres necesariamente una madre, eso es una
falacia.

La maternidad es un gran arte; tienes que aprenderlo. ¡Así que empieza a aprenderlo! Me gustaría decirte algunas cosas:



Primero, nunca trates al niño como si fuera tuyo, nunca lo poseas. Viene a través de ti, pero no es tuyo. Dios te ha usado como vehículo, como instrumento, pero el niño no es una posesión tuya. Ámalo, pero nunca poseas al niño. Si la madre empieza a poseer al niño, entonces se destruye la vida. El niño empieza a ser un prisio­nero. Estás destruyendo su personalidad y lo estás reduciendo a una cosa. Sólo una cosa puede ser poseída: una casa puede ser poseída, un coche puede ser poseído, nunca una persona. Así que ésta es la pri­mera lección, prepárate para ella. Antes de que llegue el niño debe­rías estar lista para recibirlo como un ser independiente, como una
persona por derecho propio, no simplemente como tu hijo o tu hija.



Y lo segundo: trata al niño como tratarías a una persona adul­ta. Nunca trates al niño como a un niño. Trata al niño con profun­do respeto. Dios te ha elegido como anfitriona. Dios ha entrado en tu ser como huésped. El niño es muy frágil, desvalido. Es muy di­fícil respetar al niño. Es muy fácil humillar al niño. La humillación resulta fácil porque el niño está desvalido y no puede hacer nada, no puede tomar
represalias, no puede reaccionar.

Trata al niño como a un adulto, y con gran respeto. En cuanto respetas al niño, no tratas de imponerle tus ideas. No tratas de im­ponerle nada. Simplemente le das libertad, libertad para explorar el mundo. Le ayudas a hacerse más y más poderoso en la exploración del mundo, pero nunca le das instrucciones. Le das energía, le das protección, le das seguridad, todo lo que necesite, pero le ayudas a alejarse de ti para explorar el mundo.

Y, por supuesto, la libertad incluye también el error. Es muy di­fícil para una madre aprender que cuando das libertad al niño no se trata sólo de libertad para el bien. Es también necesariamente la libertad para hacer mal, para cometer errores. Así que haz que el niño esté alerta, sea inteligente, pero nunca le
des mandamientos,
nadie los cumple, y
la gente se vuelve hipócrita. Así que si real­
mente amas al niño, lo que hay que recordar es: nunca, nunca le ayudes
de forma alguna, nunca le fuerces de forma alguna a vol­verse hipócrita.



Y lo tercero: no escuches a la moralidad, no escuches a la reli­gión, no escuches a la cultura, escucha a la naturaleza. Todo lo que es natural es bueno, incluso si a veces te resulta muy difícil, muy in­cómodo. Porque no te han educado según la naturaleza. Tus padres no te educaron con verdadero arte, amor. Fue algo accidental. No re­pitas los mismos errores. Muchas veces te sentirás muy incómoda...

Por ejemplo, un niño pequeño comienza a jugar con sus órga­nos sexuales. La tendencia natural de la madre es parar al niño, porque le han enseñado que eso está mal. Incluso si siente que no hay nada malo en ello, si hay alguien presente se siente un poco avergonzada.
¡Siéntete avergonzada! Ese es tu problema; no tiene nada que ver con el niño.
Siéntete avergonzada. Incluso si pierdes
respetabilidad
en la sociedad, piérdela, pero nunca interfieras con
el niño. Deja
que la naturaleza siga su curso. Tú estás ahí para fa­
cilitar lo que
la naturaleza vaya desarrollando. Tú no eres quién para dirigir a la naturaleza.
Estás ahí para ayudar.



Así son estas tres cosas... y empieza a meditar. Antes de que nazca el niño deberías entrar todo lo profundamente que puedas en la meditación.

Cuando el niño está en tu vientre, cualquier cosa que haces va continuamente al niño como vibración. Si estás enfadada, tu estó­mago tiene la tensión de la ira. El niño lo siente inmediatamente. Cuando estás triste, tu
estómago tiene la atmósfera de la tristeza.
Inmediatamente el niño se siente
apagado, deprimido.

El niño depende totalmente de ti. Del humor que estés tú, de ese humor está el niño. Ahora mismo el niño no tiene indepen­dencia. Tu atmósfera es su atmósfera. Así que no más peleas, no más enfados. Por eso digo que ser madre es una
gran responsabili­dad. Tendrás que sacrificar muchas cosas.

Ahora, durante los siete meses que vienen tienes que estar muy, muy alerta. El niño es más importante que ninguna otra cosa. Si alguien te insulta, acéptalo, pero no te enfades.

Di: «Estoy embarazada, y el niño es más importante que enfa-darme contigo. Este episodio pasará y a los pocos días no recordaré quién me ha insultado y lo que he hecho.
Pero el niño va a estar al menos se­
tenta, ochenta años en el
mundo. Es un gran proyecto.» Si quie­
res, puedes
tomar nota de ello en tu diario. Cuando nazca el niño,
entonces te puedes enfadar, pero no ahora mismo. Simplemente di: «Soy una madre embarazada. No me puedo enfadar, no está per­mitido.» Esto es lo que yo llamo comprensión sensible.

No más tristeza, no más ira, no más odio, no más peleas con tu pareja. Ambos tenéis que cuidar del niño. Cuando hay un niño, vo­sotros dos sois secundarios; el niño tiene todas las preferencias. Porque va a nacer una nueva vida... y va a ser vuestro fruto.

Si ya desde el principio entra en la mente del niño ira, odio, conflicto, entonces estáis causándole el infierno. Sufrirá. Entonces es mejor no traer al niño al mundo. ¿Para qué traer un niño al su­frimiento? El mundo está en un sufrimiento tremendo.



En primer lugar, traer un niño a este mundo es algo muy arriesgado. Pero incluso si quieres hacerlo, al menos trae a un niño que será totalmente diferente en este mundo, que no será desgra­ciado, que al menos contribuirá a que el mundo tenga un poco más de celebración. Traerá un poco más de festividad al mundo... un poco más de risa, amor, vida.

Así que durante estos días, celebra. Baila, canta, escucha músi­ca, medita, ama. Sé muy suave. No hagas nada apresurado, con pri­sa. No hagas nada con tensión. Hazlo lentamente. Aminora el paso absolutamente. Va a llegar un gran huésped, tienes que recibirlo. God Is Not For Sale, cap 6

.



¿Cómo puedo cumplir mejor mi deber como madre?



No lo consideres un deber. Uno tiende a considerarlo un deber, y el día que lo consideras un deber, algo muere, algo con un valor inmenso desaparece. La relación se ha roto. Considéralo una cele­bración. El niño es un regalo de Dios. Sé respetuosa con el niño, no sólo amorosa, sino también respetuosa. Si no hay respeto, el amor
se vuelve posesivo. Si hay respeto, ¿cómo vas a poseer?

No puedes poseer a alguien a quien respetas. La idea misma es fea, irrespetuosa. Poseer a una persona significa reducirla a una cosa. Y una vez que el niño es tu posesión, te sientes cargada. En­tonces hay un
deber que cumplir, y luego las madres hablan du­
rante toda su vida de cuánto han hecho.

Una madre verdadera nunca dirá una sola palabra sobre lo que ha hecho, y no sólo no lo dirá: nunca siente que lo haya hecho. Lo ha disfrutado; se siente agradecida al niño. No es sólo el naci­miento del niño: simultánea-mente naces de una forma nueva, la madre nace. Un aspecto es el nacimiento del niño; otro aspecto es que ha nacido tu maternidad. El niño te ha transformado tremen­damente. Te ha dado algo. Ya no eres la misma persona. Hay una gran diferencia entre una mujer y una madre.

Así que sé amorosa, sé respetuosa, y ayúdale a crecer de tal forma que no le pongas trabas. Desde este mismo momento, des­de el mismo comienzo, hay que estar alerta sobre esto. Y recuer­da no repetir el mismo patrón que has aprendido de
tu madre.
Eso es muy natural porque
eso es lo que sabes sobre cómo debe
ser
una madre, y repetirás con tu niño la conducta de tu madre,
y eso será
un error. Sé absolutamente nueva. Olvídate de todo lo que has aprendido de tu madre; no sigas eso. Sé completamente nueva,
responde de forma nueva. Escucha las necesidades de tu niño y responde con unas cuantas nociones absolutamente cer­teras.

Una de ellas es: da amor, pero nunca des una estructura. Da amor, pero nunca des un carácter. Da amor, pero la libertad tiene que permanecer intacta. El amor no debería ser una invasión de su libertad. Nadie piensa
en la libertad de un niño pequeño, pero
¿cuándo pensarás en ello? Mañana seguirá siendo pequeño..., ¿pa­sado
mañana...? De hecho, la madre nunca considera a su hijo o hija como una persona adulta capaz de ser libre.
Nunca. Porque la distancia entre tú y el hijo o hija siempre seguirá siendo la
misma.
Si es una distancia de veinte años, seguirá siendo de veinte
años. Así que desde este mismo momento,
desde el mismo comienzo, sé respetuosa y dale libertad.

Y si a veces llora, no es necesario preocuparse por ello. Deja que llore, déjalo solo un poco. No es necesario correr siempre y es­tar siempre atenta para servirle. Eso parece amor, pero en realidad estás interfiriendo en su libertad. Puede que no necesite leche; a veces un niño simplemente llora. Un niño simplemente disfruta llorando, esa es su única forma de expresarse. No tiene lenguaje, ese es su
lenguaje; grita, llora. Deja que llore, no hay nada de malo
en ello. Está intentando relacionarse con el mundo. No trates de consolarlo, no le des el pecho inmediatamente. Si no tiene hambre, darle el pecho es como una droga.

Las madres usan sus pechos como una droga, ¿mm? El niño empieza a beber, se olvida de llorar y se duerme. Es cómodo, pero has empezado a
invadirle. Si no quiere la leche, si no está anhe­lándola, déjalo. Entonces nunca necesitará ninguna terapia esen­cial.
Las personas que gritan en la terapia esencial son las perso­nas con las que se interfirió durante su infancia
y nunca se les
permitió gritar.

Permíteselo todo y deja que sienta que es él mismo. Déjale más y más que sienta que es él mismo; interponte menos y menos en su camino. Ayúdale, nútrelo, pero deja que crezca por sí mismo. Incluso a veces, cuando sientas que va mal, no eres quien para juz­gar. Si va mal en tu opinión, esa es sólo tu opinión. Eso es lo que tú piensas. Puede que no vaya mal.

Él no está aquí en este mundo para seguir tu opinión. Y es muy fácil imponerle tus opiniones porque él está desvalido. Su supervi­vencia depende de ti; tiene que escucharte. Si dices: «No hagas eso», incluso si quiere hacerlo y se siente bien haciéndolo, tendrá que parar, porque es arriesgado ir contra ti.

Una madre verdadera permitirá a su niño tanta libertad que, incluso si quiere ir contra su opinión, se lo permitirá. Simplemen­te díselo con claridad: «En mi opinión eso no está bien, pero eres libre para hacerlo.» Déjale que
aprenda con su propia experiencia.
Así es como uno se hace
realmente maduro; de otra forma la gen­
te sigue
siendo infantil. Crecen en edad, pero no crecen en su
conciencia. De
forma que su edad física puede ser de cincuenta años, y su mente quizá es de sólo once, diez, doce años o algo así.
Trece años es la edad mental media de la gente. Eso significa que
dejan de crecer a esa edad, y esa es la media. En
el cálculo de esa media se incluye a Albert Einstein y a los Budas y a los
Cristos. Si piensas en personas reales, su edad mental es muy baja. Viene a ser
de unos siete u ocho años; alrededor de los siete años el niño se para. Y nunca crece, simplemente sigue.

Dale tu amor, comparte tu experiencia, pero nunca le impon­gas nada. Y entonces crecerá y será una bella persona. Don't Look Befare
You Leap,
cap. 30..







Cuando di a luz a mi primer hijo, sentí que y o también estaba naciendo de alguna manera. ¿Puedes hablar so­bre el nacimiento de una madre?

Siempre que nace un niño, no sólo nace el niño -esa es una par­te del asunto-; también la madre nace. Antes era una mujer co­rriente; mediante el nacimiento se convierte en una madre. Por una parte nace el niño; por la otra, nace la madre. Y una madre es to­talmente diferente a una mujer. Existe una diferencia, toda su exis­tencia se vuelve cualitativamente diferente. Antes puede que fuera una esposa, una amada, pero de pronto eso ya no es importante. Ha nacido un
niño, ha llegado un nuevo tipo de vida: es madre.

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